Por:
Gustavo Méndez Osorio
El
proceso de la independencia mexicana se inicia cuando España fue invadida por
las tropas del emperador francés Napoleón Bonaparte, haciendo que el rey de
España y su heredero abdicaran el trono a favor de su hermano José Bonaparte.
Esta situación política fue sentida en las colonias americanas, así por ejemplo
en 1808 el ayuntamiento de la Ciudad de México propuso ser la corporación
depositaria de la soberanía novohispana para desobedecer a un monarca ilegítimo
como lo era el hermano del emperador francés. Esto les costó la vida a varios
miembros del ayuntamiento.
Finalmente,
dos años después, en 1810, luego de ser descubiertos los planes independentistas
escondidos detrás de supuestas reuniones literarias, en una pequeña población
de Guanajuato, un cura llamaba al pueblo a luchar por ese concepto abstracto
que nombramos “libertad” y contra el mal gobierno. Así principió la Guerra de
independencia mexicana. Que aunque coincide con estas fechas no es el tema
central de este artículo. El 16 de septiembre de 1810 se llamó al pueblo a
luchar contra los españoles, pero en otra fecha cercana a estos días, un 13 de
septiembre de 1813 se materializaba una clara idea de configuración jurídico –
política de una colonia que aspiraba a ser un Estado soberano.
Como
nos dice Carlos María de Bustamante en su “Cuadro Histórico de la Revolución
Mexicana”, el 13 de septiembre de 1813, “La instalación del Congreso de
Chilpantzingo, es de aquellos hechos que no pueden condenarse al olvido, no
menos que la de la primera junta de Zitácuaro; tócame, pues, como americano
celebrarlo…”. Pues bien, el día 13 se reunieron los representantes, entre los
que figuraban dos integrantes de la Junta de Zitácuaro, José Sixto Verduzco y
José María Liceaga, el cuarto vocal que era el mismo José María Morelos y Pavón
y el quinto José María Murguía y Galardi. Una de las primeras acciones, después
de la celebración de la misa por parte de Francisco Lorenzo de Velasco, fue la
elección del diputado por la provincia de Técpam, cargo que por mayoría de
votos recayó en la persona de José Manuel de Herrera. En seguida Juan
Nepomuceno Rosains, secretario de Morelos, leyó el reglamento provisional del
Congreso.
Al
siguiente día, el 14, nuevamente en la iglesia de Chilpancingo se reunieron los
diputados propietarios José Sixto Verduzco, por Valladolid, Ignacio López
Rayón, por Guadalajara, José María Liceaga, por Guanajuato, José Manuel de
Herrera, por Técpam, y José María Murguía, por Oaxaca. Como suplentes se
encontraban Carlos María de Bustamante, por México, Andrés Quintana Roo, por
Puebla, y José María Cos, representando a Veracruz.
Por
su parte, Lucas Alamán narraría que ese día 14 de septiembre en la instalación
del cuerpo legislativo se encontraban presentes los electores de la provincia
de Técpam, “y multitud de oficiales, y vecinos del pueblo (de Chilpancingo), y
de sus inmediaciones”. Teniendo como acto inaugural un breve discurso de Morelos
en que hacía saber la necesidad que tenía la nación de tener un cuerpo de
hombres sabios – retomando a Alamán – “que la rigiesen con leyes acertadas, y
diesen a la soberanía, todo el aire de majestad que le correspondía,
extendiéndose sobre sus beneficios que de aquí debían resultar”. En seguida
fueron leídos los “Sentimientos de la Nación”, documento de la autoría del
mismo Morelos, por el secretario Rosains.
Este
documento de 17 artículos resume el pensamiento político y social del cura de
Carácuaro. Pero por vez primera se escuchaba que la América era libre e
independiente de España dando al mundo las razones, que la soberanía dimanaba
del pueblo, que la buena ley era superior a todo hombre y por lo tanto – casi
como una exigencia popular – las que dictara el congreso debían ser tales que
moderaran la opulencia y la indigencia aumentando el jornal del pobre y
finalmente confirmaba que solo debía hacerse distinción entre los “americanos”,
primer término ocupado para llamar a los mexicanos, el vicio o la virtud. Sin
duda alguna era toda una revolución de pensamiento político que se manifestaría
en las primeras acciones y leyes del Congreso de Anáhuac.
El
día 15 se volvió a tener por sede legislativa al mismo recinto. Siendo Verduzco
el presidente del Congreso, luego de un altercado entre los diputados y los
militares presentes en la iglesia se decretó entregar el nombramiento de
Generalísimo y depositario del poder ejecutivo en la persona de Morelos. El
mismo Congreso eligió como su presidente a Murguía, diputado por Oaxaca, y
vicepresidente a Quintana Roo, diputado por Puebla. Sin embargo, apenas
instalado el congreso su número se redujo aun más, pues Murguía regresó a
Oaxaca siendo reemplazado por Manuel Sabino Crespo, mientras que Bustamante
solo llegó a desempeñar sus funciones hasta fines de octubre, otro caso muy
parecido fueron los de Cos y López Rayón, quien llegó a Chilpancingo para
protestar su cargo hasta el 4 de noviembre.
El
Congreso de Anáhuac instalado en Chilpancingo debatió, aprobó y publicó la
declaración de independencia de la Nueva España respecto al trono ibérico el 6
de noviembre de 1813. Mediante varios pesares, pues la misma guerra lo hacia
objeto de ataques que constantemente lo mantuvieron peregrinando, de ahí el
mote de “Congreso itinerante”, llegó al pueblo de Apatzingán en donde sancionó
el 22 de octubre de 1814 el primer Decreto Constitucional que aunque
limitadamente rigió a la nación en los territorios independizados.
Su
camino de los congresistas, perseguidos por las espadas realistas, los llevó a
sesionar incluso debajo de un naranjo. Para salvarse de los realistas
decidieron ir a Oaxaca, sufriendo en el trayecto la derrota y captura de
Morelos, pero en el camino se cruzaron con Tehuacán de las Granadas en
noviembre de 1815, cuya “revolución de Tehuacán” encabezada –voluntaria u
obligadamente– por el comandante insurgente y jefe de la plaza Manuel de Mier y
Terán daría fin al cuerpo legislativo. Mismo que fue disuelto y sus diputados
aprehendidos en la hacienda de San Francisco Altepexi “cercana al pueblo de
Axalpa” el 15 de diciembre de 1815. Pero esa es otra historia también digna de
ser contada.