viernes, 13 de mayo de 2016

JESÚS HELGUERA, A 100 AÑOS DE SU NATALICIO

Juan Manuel Gámez Andrade
Cronista  de Tehuacán


El próximo 28 de mayo se cumplirá el primer centenario del natalicio del ilustre pintor Jesús Helguera. Pues, en realidad, su nombre sigue siendo desconocido para muchas personas de hoy en día, como lo fue también en su época, (40's, 50's, 60's). Curiosamente, pocos conocen el nombre del autor, pero conocen la obra porque, como dice "artillero del 87" en un foro sobre Helguera: "¿Quién, en las décadas de los 40's, 50's, 60's, 70s y hasta de los 80's del Siglo XX en México, no tuvo un (Jesús) Helguera en su casa?".

Y es que, en verdad, en todas las casas había Helgueras colgando de las paredes, porque los regalaban. Sí... estoy hablando de los calendarios con las alegorías pintadas por Jesús Helguera. Pero... ¿quién fue este personaje?

Jesús Enrique Helguera nació en Chihuahua el 28 de mayo de 1910. Hijo de español y mexicana fue un genio del oficio pictórico; de su vida se conoce poco, pues siendo aún muy pequeño su familia se trasladó a la capital del país, dos años después a Córdoba, Veracruz, para emigrar a España cuando él apenas contaba con cinco años de edad.

Su infancia y juventud, al decir de don Álvaro Mondragón, quien por muchos años fue su fiel compañero, las pasó en la población española de Ciudad Real primero, donde cursó sus estudios elementales, y en Madrid donde a los 12 años ingresó a la Escuela de Artes y Oficios, para de allí pasar a la famosa Academia de San Fernando y completar su formación.

Trabajó afanosamente en Madrid y Barcelona como ilustrador, hasta que consiguió una plaza de maestro de artes plásticas en Bilbao. Regresó a México ya casado con una dama madrileña, dos años después del estallido de la guerra civil española, arribando por barco a Veracruz hacia finales del año 1938.

Casi desde entonces y hasta su muerte, ocurrida el 5 de diciembre de 1971, trabajó como artista exclusivo de Cigarrera La Moderna, S.A. de C.V., empresa regiomontana que realizaba en la imprenta de don Santiago Galas los famosos calendarios anuales que tanta fama cobraron durante el México de los cuarenta y los cincuenta. En efecto, no había ferretería, fonda, consultorio médico, taller, cantina, hogar o despacho que no tuviese alguna pared ornamentada con un calendario de Jesús Helguera. En la región de Tehuacán es muy famosa la colección de la familia Sabinas, dedicada al comercio en la cercana población de Esperanza.

Admirador fiel de los muralistas mexicanos Rivera, Orozco y Siqueiros, así como del Doctor Atl y de Rufino Tamayo, Helguera fue poseedor de una gran cultura visual que plasmó en cada uno de sus lienzos: “el detallismo”. Modesto siempre en su manera de ser, pues jamás se sintió artista ni pretendió exhibir sus originales, recibía cada año un guión literario por parte de La Moderna en el que se le especificaba el tema, el lugar, los personajes a representar y los elementos componentes del cuadro; una vez que se discutía y se aprobaba él lo interpretaba y le imponía su propio sello.

Helguera viajaba a los lugares indicados por el guión con su equipo de trabajo, compuesto por dos camarógrafos, un guionista y un auxiliar, se realizaban las tomas fotográficas necesarias de la escena, particularmente de la arquitectura, la flora y la fauna propias del sitio escogido, y una vez en su taller trazaba a lápiz los bocetos que darían lugar al original. Así surgieron sus personajes mestizos e idealizados que recordaban a las damas y galanes del cine y de la canción ranchera de la época como Gloria Marín, María Elena Marquéz, Tito Guízar, Pedro Infante y Pedro Armendáriz, quienes en El rebozo, El mes de María, La oración de la Tarde, Orquídeas para tí, La Despedida, entre otros, dieron vida a lugares como las huastecas potosina y tamaulipeca, los campos chicleros de Quintana Roo, las montañas de Guerrero o Michoacán y los remansos fluviales de Veracruz, Tabasco y Chiapas.

La textura, colorido, realismo y disposición de los personajes de la obra de Helguera, ejercían un gran atractivo en el gusto popular. De ahí que, como dice Carlos Monsivais en El encanto de las Utopías dentro del Catálogo de la Exposición Identidades mexicanas, fue “un pintor de cabecera de las multitudes, que vivió siempre un doble reconocimiento, la admiración de la mayoría y la referencia irónica de la minoría”.

Y es que la producción artística de Helguera, con sus paisajes paradisíacos, su gran capacidad fabuladora, su arte popular que nos remonta a principios de siglo, y sus escenarios tan dulcemente artificiales, fue descalificada por los amantes del arte puro con el despectivo calificativo de kitsch; lo redujeron a un simple pintor de almanaques, denominación que aceptó sin dificultades, sin afectación ninguna, consciente siempre y, sin falsa modestia, de que el grueso de la población y de sus múltiples admiradores, no sólo adquirían las reproducciones de sus obras, sino que las exigían y las disfrutaban con gusto verdadero. En una época de muy escasos afectos culturales en materia de artes plásticas, de pocos museos y de ausencia de bibliotecas, Jesús Helguera supo encarnar en su obra artística las sensaciones placenteras de lo bonito.

Revalorada en 1980 con una gran exposición en el Museo de Bellas Artes, inaugurada por el presidente Miguel De la Madrid, la presente obra pictórica de Jesús Helguera pertenece al patrimonio del grupo Pulsar Internacional cuyas oficinas se engalanan muy a menudo con todo o parte de sus 26 óleos originales. Con frecuencia la muestra viaja al extranjero. Gracias a esa aceptación internacional, España, Francia, Holanda, Estados Unidos, Canadá, Rusia y otros países y ciudades del mundo, han sabido del estilo único de Jesús Helguera y de las tradiciones mexicanas.

Bueno, Pues no se diga más y recordemos aquellos tiempos con estas maravillosas imágenes de Don Jesús Helguera.

 Mayo 2010

PACO EL ELEGANTE, FIGURA DEL FÚTBOL TEHUACANERO

Juan Manuel Gámez Andrade
Cronista de Tehuacán

La práctica del fútbol en nuestra ciudad se remonta a la década de los años veinte del siglo pasado. La cuna del balompié local fue un terreno adyacente a El Calvario, donde hoy se encuentra el parque Jardín Guadalupe. Desde entonces varias generaciones de tehuacaneros han hecho de este deporte una disciplina que persiste a la fecha, aunque con casi un siglo de existencia no ha podido consolidarse dentro del profesionalismo, llegando como máximo a la tercera división sin alcanzar el éxito deseado.

Ello no ha sido obstáculo para que la cantera local haya dado buenos futbolistas que a pesar de jugar como amateurs han sobresalido y trascendido como auténticas leyendas del fútbol netamente tehuacanero.

Por ello creo que es importante iniciar el rescate de la historia de este deporte, y qué mejor que hacerlo a través de sus mismos protagonistas, de aquellos que con la ilusión de emular a los grandes ídolos del fútbol nacional e internacional, destacaron jugando para equipos locales en campos de tierra y de manera casi rudimentaria; pero considero que ello no les restó mérito alguno a la consecución de sus afanes.

Francisco Jiménez Medrano en 1960 ocupando la portería del equipo Catania, que era patrocinado por don José Blangiardo

En esta ocasión presentó a un personaje, que a mi juicio, fue parte de esa pléyade de futbolistas que merecen estar en el cuadro de honor de este popular deporte; me refiero a Francisco Jiménez Medrano, que fue conocido en el medio futbolístico como Paco El Elegante.

Con una disposición inmediata y una franca sonrisa aceptó con agrado concedernos una breve charla en la cual nos relató muy a su manera las vicisitudes que sorteó para llegar a ser futbolista, y sobre todo, para permanecer vigente por muchos años y convertirse en un excelente guardameta, cuya trayectoria afortunadamente ha sido reconocida.

“Nací en la ciudad de México el 21 de enero de 1938, aunque a los dos o tres años de edad mis padres, don Francisco Jiménez García y doña Ángela Medrano Palacios, me trajeron a vivir a Tehuacán, ya que mi madre es nativa de esta bella ciudad y aquí teníamos varios familiares, entre ellos don Crescenciano Medrano, quien fue dueño de la famosa botica Cruz Roja, que se encontraba a espaldas del Palacio Municipal, sobre la calle 3 Sur”

Añade: “Fui el primogénito de cinco hermanos, Lidia, Carmen, Antonio y Socorro”.

Paco (de negro y de perfil), con sus compañeros del Deportivo Español, recibiendo el trofeo de Campeón de Campeones de manos del presidente municipal Isaac Gómez Jiménez

Paco hurga entre sus primeros recuerdos infantiles y con un halo nostálgico nos dice que sus estudios párvulos los realizó en una escuelita que se ubicaba sobre la hoy avenida Independencia Oriente, “adelante del sanatorio del doctor Mejía Castelán, después almacenes Río Blanco y Milano”, precisa. Eran sus dueñas las señoritas Eduviges y Guadalupe del Valle, quienes con paciencia y dedicación le enseñaron las primeras letras.

Su primer contacto con el fútbol ocurrió cuando contaba con 11 años de edad. “Me inscribí en el equipo Coronita que patrocinaba don Aquilino Sánchez, dueño de Ron Cubacaña, quien contrató como entrenador a Carlos Aguilar, quien había sido jugador profesional del equipo Atlas de Guadalajara”

Fue Aguilar quien observó las cualidades de Paco para desempeñarse como portero, y de inmediato lo colocó bajo los tres palos (entonces las porterías aún eran de madera); durante los entrenamientos practicaban en el campo de beisbol Victoria. “En el equipo Coronita recuerdo que tuve como compañeros a Juanito López, Kika Jalife, Febronio y Sergio Sánchez Wuotto, Pucha Santiago, el viejo Coeto, la Cocinera, etc. Jugábamos en el campo de tierra de Peñafiel y desde que empecé a porterear supe que había nacido para ser portero”, sentencia con seriedad.

Para jugar, y sobre todo para ser guardameta, nuestro personaje tuvo que acatar reglas; las primeras se las impuso su mamá: antes de irse a entrenar, tenía que barrer y asear el patio de la casa; antes de jugar, asistir a la escuela, cumplir con sus tareas y obtener buenas notas. “Estudié la primaria en la Escuela Agrícola Industrial, de primero a quinto año, y la terminé en el colegio particular Zaragoza de los recordados hermanos de la Lanza Gracida”.

Su padre, por cuestiones de trabajo, tuvo que regresar a la capital del país, por lo que Paco muy a su pesar tuvo que dejar Tehuacán cuando había terminado su instrucción primaria para estudiar en una escuela técnica bancaria. Después, y dado el apremio económico que privaba en la familia, entró a trabajar en la fábrica de loza La Favorita que producía los famoso platos de cerámica que tenían impresa una rosa. Ahí estuvo un par de años hasta que su familia le comunicó que debido a que su mamá le afectaba la altura de la ciudad de México, regresarían a Tehuacán a vivir.

 

Nuevamente instalado en esta ciudad, fue buscado por sus compañeros y amigos del fútbol para jugar esporádicamente en el equipo Catania, que era propiedad del señor José Blangiardo, caballero de ascendencia italiana que aquí radicaba.

            Poco tiempo después, contando con escasos 17 años edad, Francisco Jiménez ingresó como guardavallas insustituible del equipo Acción Católica de la Juventud Mexicana (ACJM). “Con ellos viví tiempos de verdadera gloria, ya que fuimos campeones de liga, de copa y campeón de campeones”, nos dice emocionado al recordar cómo prácticamente volaba de poste a poste para detener los embates de los delanteros rivales. “Yo creo que mis habilidades como portero ya las tenía desde chiquillo, aunque claro, las enseñanzas de mis entrenadores las perfeccionaron”, reconoce con su acostumbrada sencillez.

            Al preguntarle sobre los nombres de algunos de sus compañeros en el equipo ACJM, reflexiona un momento para recordarlos: “Este equipo lo patrocinaban los hermanos José y Vicente Herrera; y recuerdo como compañeros a Raymundo Alavés Victoria, a Wulfrano Méndez, quien trabajó en Correos y su papá repartía leche; a Enrique Ajuria y también a Isaías Franco, a quien le decían el charifas porque era hojalatero”.

            Paco jugó un par de años con la ACJM, con quien ganó todos los títulos que se disputaban en ese entonces en el balompié tehuacanero, asegurando que nunca tuvo que comprar su uniforme de portero, ya que sus respectivos equipos se lo proporcionaban, justificando de esta manera su buen desempeño bajo los tres palos.

            Después de estar con los acejotameros se fue a jugar al Deportivo Español, un equipo que sostenían miembros de la colonia española radicada en esta ciudad. “Los socios que recuerdo eran los señores Alonso, los López Sierra, los Setién. Fuimos campeones de copa y campeón de campeones. Recuerdo con agrado a Fermín Enecoiz, un verdadero tigre del área, incluso fue campeón goleador de la liga”.

Su gallardo estilo para vestir el uniforme de portero le valió adquirir el nombre de Paco El Elegante, ya que casi siempre utilizó el suéter, playera y pantalón corto de color negro, emulando al legendario portero ruso Lev Yashin, mundialmente conocido como La Araña Negra

Y como ya íbamos casi a la mitad de la plática, le lancé la pregunta que quería hacerle desde el principio: ¿Por qué el nombre de Paco El Elegante? Mirándome fijamente, con una expresión que denotaba que no le molestaba el cuestionamiento, me dijo sin chistar: “El mote me lo puso don Luis Alonso, allá por el año 1958 o 59, durante el convivio que organizaron los dueños del Deportivo Español para festejar la consecución del campeonato; al pasar frente don Luis, y cómo usaba mi uniforme todo de negro, me dijo: Oye Paco qué elegante vienes. A partir de ahí todo mundo empezó a decirme Paco El Elegante”.

            Añade respecto a este evento: “La fiesta fue en Casino Español (después llamado Círculo Español) que estaba en la calle 1 Sur y era administrado por el señor Vivanco, antecesor del famoso Carlos pitito Arenas; recuerdo que el maestro de ceremonias fue don Raúl Gómez Jiménez y la actuación de un grupo de gaiteros y bailadores de la jota”. El Deportivo Español posteriormente adquirió el nombre de Círculo Español, donde nuestro personaje continuó jugando como portero con su uniforme en negro que emulaba la elegancia del legendario cancerbero ruso Lev Yashin, conocido como “la araña negra”.

            Siendo un hombre emotivo y de excelente memoria le pedimos que nos compartiera alguna de las muchas anécdotas que vivió  durante su trayectoria como futbolista. Escudriñándome con su vivaz mirada, puntualiza: “Pues efectivamente tuve muchas, pero la verdad nunca me ha gustado vanagloriarme de ellas. Me da pena, y no es falsa modestia, pero así soy y creo que nunca cambiaré. Sin embargo, te diré que cuando tenía como 13 años, me llamaron para jugar como portero suplente del equipo Deportivo Peñafiel, que era el de mayor prestigio en esa época. El titular era un joven al que conocíamos como El Chapeado, quien un día se enfermó y el entrenador no tuvo más opción que meterme en su lugar. Después del encuentro –el cual ganamos- el público me despidió con una fuerte ovación”.

Deportivo Peñafiel. Vemos de pie a Rodolfo Tobón, el Teto, Barragán, Alfredo Camargo, Paco El Elegante y Pedro Castañeda; en cuclillas, Agustín Cerda, Gilberto Martínez Gutiérrez, Carlos Quiroz, El Oaxaco, Arnulfo Flores y El pollo

Hace una ligera pausa para retirarse los anteojos de sol que porta, y añade: “En el segundo partido, me encontraba en las tribunas del campo de tierra Peñafiel esperando el inicio; el público empezó a corear mi nombre pidiendo que yo parara; El Chapeado dejó la portería y me hizo bajar de la tribuna diciéndome: chamaco, te has ganado a ley el puesto, tú debes estar en la portería; un gesto sólo digno de todo un caballero, el cual lo recordaré siempre”.

            En aquel tiempo los equipos jugaban con balón de cuero, los zapatos tenían tachones del mismo material con clavos en la punta, por lo que cuando los balonazos y las barridas llegaban a causar lesiones que, aunque no graves, si dejaban huellas visibles al termino de cada encuentro. Paco, como portero, utilizaba siempre suéter y playera de cuello alto, pantalón corto y guanteletas, todas en color negro.

            Interrumpe la charla para aclarar: “nunca utilicé número en mi playera; los demás porteros portaban el uno, pero a mí nunca me gustó usarlo, además de que nunca me lo exigieron. También recuerdo que en mi época de portero se compraban artículos deportivos en la tienda del señor Kuri, en el Portal (Hidalgo); en la señor Sierra (Edgardo), en la avenida Reforma (Norte); y después abrió la don Pedro Dapa”

   Paco también jugó con el afamado equipo Deportivo Peñafiel en dos épocas; en la primera lo hizo a los 13 años como portero suplente, teniendo como entrenador a Rodolfo El Flaco Tobón; en este equipo tuvo como compañeros a los hermanos Héctor, Federico y Enrique Renero. También rememora a Juan Bezares, oriundo de Barcelona, España, cuyo padre era dueño de la fábrica “Galletas Bezares”, que se localizaba en la colonia Villagranadas.

Después de que regresó a Tehuacán, ya siendo adulto, jugó como titular en el Deportivo Peñafiel, que era dirigido por Enrique Mosqueda. “Cuando jugué en el Peñafiel recibí el apoyo de directivos de la empresa, en especial de don Ángel López Meza, quien me autorizó la compra de equipo deportivo de primera línea, diciéndome que a quienes hacían brillar el nombre de Peñafiel, se les apoyaba y reconocía, porque como éramos jugadores amateurs no podíamos cobrar sueldo, sin embargo a muchos les daban trabajo en la embotelladora o las oficinas para recompensar el esfuerzo que hacían en la cancha”.

Paco Jiménez Medrano recibió merecido reconocimiento del gran futbolista profesional Paco Uribe, orgullosamente tehuacanero, quien jugó en el famoso equipo Águilas del América

Nuestro personaje también jugó a préstamo con el equipo Garci-Crespo para participar en un torneo relámpago en la ciudad de Oaxaca contra equipos locales. La oncena tehuacanera la conformaban entre otros Carlos Ortiz, Héctor y Enrique Renero, Higinio Castañeda y El Charro.

El Elegante nos regala esta interesante anécdota relacionada con este torneo: “El partido por el título lo jugamos contra el equipo Maderas y Triplay de Oaxaca, sus jugadores eran muy buenos, pero a pesar de ello nos esforzamos para darles pelea y el juego estuvo tan cerrado que nosotros anotamos el primer gol, pero al minuto 88, y cuando creíamos tener el triunfo en la bolsa, el delantero del Madera superó a mi defensa Héctor; yo me lancé a los pies del oaxaqueño, pero no se cayó y continuó hacia la portería, y cómo estaba ante su público, en un afán muy protagónico en lugar de anotar el gol del empate se paró en la línea de gol buscando la ovación de su público, situación que aproveché para quitarle limpiamente el balón y evitar la anotación. Los aficionados se quedaron mudos; así ganamos y nos trajimos un bonito trofeo”.

Dos grandes de la portería: Paco El Elegante y Pablo Larios; el primero destacó a nivel amateur y el segundo en el profesional, jugando con grandes equipos como Cruz Azul y Puebla

La trayectoria futbolística de nuestro personaje no se limitó a Tehuacán, ya que también jugó en equipos de las ciudades de México, Puebla y Tampico. Además, fue dos veces seleccionado por Tehuacán. La primera fue cuando militaba en el Deportivo Español. “Mis compañeros y tu servidor queríamos a toda costa formar parte de la selección del Estado de Puebla que jugaría un torneo a nivel nacional”.

Pero para ello primero tenían que sortear varios obstáculos. El primero era conseguir el pase al nacional jugando a visita recíproca contra los poblanos. La selección Tehuacán demostrando su superioridad derrotó en ambos encuentros al seleccionado de la capital del Estado; pero los directivos poblanos en clara represalia por haber perdido, no les avisaron de la fecha del partido en la ciudad de México, ni les mandaron sus respetivos uniformes por lo que no pudieron participar en el encuentro. Al final la selección de la Puebla fue la que acudió al torneo, “pero hubo justicia divina porque los eliminaron de inmediato, aunque a nosotros nos vieron la cara y eso nos dio mucho coraje”.

Pero la vida es cíclica y cuando cumplió los 31 años de edad Francisco Jiménez Medrano decidió retirarse del fútbol, ya que “era tiempo de atender asuntos personales. Casado con Noemí Celio Castellanos, formamos una bonita familia que complementamos con mis hijos Roberto y Angélica Nayeli. Regresé a la ciudad de México donde empecé a trabajar en una empresa que el señor Zeferino Romero Sánchez tenía en el mercado de La Merced, dedicada a la venta de pollo; ahí estuve once años; después trabajé en otras empresas. En total estuve 30 años fuera de Tehuacán”.

Paco volvió de nueva cuenta a Tehuacán contando con 61 años de edad y aunque ya retirado de las canchas, continuó ligado a este deporte siendo gran  aficionado de hueso colorado de las Chivas del Guadalajara, además de participar en diferentes actividades relacionadas con el fútbol local, y sobre todo con lo referente a la posición que jugó toda su vida: la de portero.
 
Jugadores de la Selección Tehuacán. Entre ellos vemos en primer término a Gilberto Martínez Gutiérrez, cuyo nombre lleva una Preparatoria de esta ciudad; Paco El Elegante, Jorge El Coco Rodríguez y a otros miembros de aquella legendaria oncena.

Para finalizar esta charla e invadido de profunda emoción nos dice: “Nací en la capital del país, crecí en Tehuacán, y el tiempo que me tocó vivir en esta maravillosa ciudad me enseñó a amarla y respetarla, porque aquí hay gente buena y bonita; tengo muchos amigos y la verdad quiero pasar aquí mis últimos días”.

Francisco Jiménez Medrano, hombre de fútbol, lleno de emotivos recuerdos y poseedor de un excelente carácter es, sin duda alguna, un digno miembro del que podemos llamar Salón de la Fama del Fútbol de Tehuacán; sus facultades para volar de poste a poste custodiando la portería, su disciplina y su cariño por este deporte así lo determinan.

Paco El Elegante… una leyenda viviente del fútbol tehuacanero.

DON EPIGMENIO ZÁRATE Y LA POESÍA ROMÁNTICA

Juan Manuel Gámez Andrade
Cronista de Tehuacán

Dedicado con estimación al buen amigo don Hugo Zárate García

Epigmenio Zárate nació en la Villa de Cuilapan, perteneciente al Estado de Oaxaca el día 24 de marzo de 1903. Sus  padres fueron don Epigmenio Zárate y doña Inés Pérez. Pasó su infancia en su tierra natal; y sus estudios primarios los realizó en la escuela que dirigía el presbítero Andrés Méndez; posteriormente en la ciudad de Oaxaca hizo sus estudios preparatorios con el más firme anhelo de estudiar para abogado, pero los contratiempos los truncaron. Regresó a Cuilapan, donde se dedicó a la agricultura, pero su inquietud espiritual, le impidieron continuar esta labor.

 Las auroras de su juventud llenaron de amor su corazón de poeta que aprendió el misterio de la poesía de la naturaleza; contrajo nupcias con la mujer de sus dorados sueños; doña Rafaela García, en la parroquia del Marquesado de Oaxaca. Y de este connubio nacieron Emma, Héctor, Gloria, Hugo, Ángel y Ramiro, flores del jardín azul de sus ensueños.

 
 Después abandonó su tierra natal, yéndose para el centro de la república en unión de un ser querido, Roberto Sánchez, músico y soñador, como soñador y bohemio era Epigmenio. Después su espíritu inquieto y soñador lo llevó al heroico puerto de Veracruz donde por desgracia lo atacó la terrible enfermedad del paludismo; ya entonces su inquieto corazón buscaba la quietud material, por lo que decide radicar en la tierra de las aguas milagrosas y el clima benigno: Tehuacán, donde al poco tiempo encuentra la salud y la tranquilidad que colaboraron sin duda para sensibilizar aún más sus cualidades como poeta.

Don Epigmenio ya establecido definitivamente en esta ciudad conoce a Andrés Landeros, un popular artista que fue quien le enseñó el secreto de cantar con sentimiento los más que en aquella época estaban muy de moda. Decide escribir algunos de sus poemas en el periódico local La Escoba que entonces dirigía el malogrado editorialista Amadeo Bernal; los trabajos de don Epigmenio gustaron mucho, llegando a convertirse al poco tiempo en un poeta muy popular, al grado de ser considerado uno de los mejores románticos de ese tiempo.

También entabló amistad con César Garibay, quien ya era un poeta consumado de profundas raíces modernistas. Otro personaje que fue decisivo en el desarrollo artístico de nuestro biografiado fue José Antonio Saldívar, poeta unilateral de extremo juicio crítico. A partir de entonces sus amistades florecen en todos los rincones de aquella entonces pequeña pero hermosa ciudad de Tehuacán. Otros amigos, en su gran mayoría poetas y escritores, que compartieron sus conocimientos fueron el laureado poeta Antonio Esparza, así como el gran literato oaxaqueño radicado en esta ciudad, presbítero Antonio R. Pereyra, sobrino del filántropo y estilista doctor Manuel Pereyra Mejía.

Otros grandes amigos fueron el gran médico don Santiago Graff Cabiedes, el profesor José Luis Herrero García, quien por cierto fue quien le enseñó las primeras reglas literarias que tanto le sirvieron para su provechosa actividad como poeta; y a José O. Cid, en aquel tiempo estudiante de leyes en la Universidad de Puebla, que con sus sabios consejos le enseñó a pulir mejor sus versos.

Epigmenio Zárate con esa sinceridad tan característica en los oaxaqueños siempre manifestó que el romanticismo poseía tres características distintas a otros movimientos literarios: la espontaneidad, el sentimiento y la intuición, y desde luego él se sentía plenamente identificado con el romanticismo.

La obra de este ilustre oaxaqueño es vasta y de gran calidad, por ello cuando salió a la luz pública el libro Álbum de Mis Recuerdos, éste se agotó inmediatamente, ya que contiene una excelente selección con sus mejores trabajos literarios; y que mejor conocer con sus propias palabras un comentario sobre esta publicación: “Este libro es el producto de mis ardientes fantasías y la realización de mis dorados sueños. Este pequeño libro, no es para los académicos ni para los poetas modernistas, mucho menos para los filósofos, porque carece de los tropos elegantes de los académicos; tampoco tiene las metáforas divinas de las obras modernistas, también le falta el florilegio de nuestro idioma con que expresan sus sentimientos los filósofos.

Es un libro, sencillo como yo, es para los de mi clase, los que sufrimos los rigores del destino, para los románticos que guardamos en el corazón  el vestigio de aquel romanticismo puro, que hace vibrar las fibras del corazón sensible, y nos tramonta a regiones ignotas, acurrucándonos en los brazos de nuestra musa predilecta; hallarás en el él una página que te recuerde a la tierra querida que te vio nacer. La vida del bohemio que borda con ilusiones los tristes harapos de su fantasía”

Mucha gente recuerda con agrado a don Epigmenio Zárate, ya que en su actividad comercial fue propietario de un centro bohemio llamado La Flor de Oaxaca ubicado en el mercado municipal al que acudían las personas enamoradas de la poesía a degustar del famosos mezcal de Oaxaca así como de los muy diversos productos oaxaqueños que le han dado un inmemorable sitio dentro de la gastronomía mexicana.

Finalmente, y para recordar el talento de este buen oaxaqueño, reproducimos una de las poesías, que a decir de su autor, lo identificaban plenamente, titulada:

 
 

CUANDO FLOREZCAN LOS ROSALES


Voy a contar la historia de mi vida,
una historia de ensueño y esperanza,
escrita con la sangre de la herida
que produce el dolor de mi añoranza.

 
Ayer gocé, sufrí, amé, me amaron;
todas sus dichas me brindó el destino,
las mujeres, caricias me brindaron
y de rosas sembraron mi camino.
 

La mujer me produjo mis delicias
mi vida saturó con hondos males
al decirme, si quieres mis caricias
espera que florezcan los rosales.
 

Yo no puedo quererte con ternura,
te quiero, cómo no, pero muy poco,
ni te puedo invitar de esa dulzura
que siente el corazón cuando está loco.

 
Desde entonces yo voy cuan peregrino
perdido en el zafír de lontananza,
esperando que el sol de mi destino
dibuje de arreboles mi esperanza.
 

Voy al templo pisando sobre abrojos
a buscar el remedio de mis males,
y le pido a Jesús, puesto de hinojos,
permita que florezcan los rosales.
 

Hay momentos que pienso no quererte
pero todo es ene vano, pues deliro,
porque tanto he llorado por no verte
que hoy lloro nuevamente si te miro.

 
Muchas veces reniego de mi suerte
que te trajo hacia mi para adorarte;
tantas veces luché para tenerte
que hoy lucho con ardor para olvidarte.

 
Ven, escúchame, no te alejes, mira,
tengo todo el sabor de la tristeza,
mi pobre corazón por ti delira
porque tú eres mi dicha y mi entereza.
 

Pasó la primavera y el verano,
y llegaron las tardes otoñales
envueltas con silencio del arcano;
pero no han florecido los rosales.

 
Está lleno de abrojos mi sendero,
negras penas me brindan los placeres,
nací con el destino de coplero
y con pasión les canto a las mujeres.

 
Hoy he vuelto a sentir hondos pesares,
producto del placer que me tortura,
ya no canto de amor, pues mis cantares
tienes todo el sabor de la amargura.

 
En mañana de fúlgidos albores
fui con ansia a buscarla en los juncales,
y a pedirle, de nuevo, sus amores
porque habían florecido los rosales.

 
Pero no la encontré, y en mi agonía,
entre el manto de noches siderales
oigo el eco que dice todavía:
espera, que florezcan los rosales.

RELIQUIA HISTORICA EN MEMORIA A MIGUEL HIDALGO

Juan Manuel Gámez Andrade
Cronista de Tehuacán

El 16 de septiembre de 1910, al celebrarse el primer Centenario de la iniciación de la Independencia Nacional, fue inaugurada una bella estatua del cura don Miguel Hidalgo, en la colonia Guadalupe Hidalgo, también inaugurada ese mismo día. En el interior del pedestal de mármol se depositó un pergamino con loas y pensamientos dedicados al Padre de la Patria escritos de puño y letra por los integrantes del ayuntamiento municipal de Tehuacán. Esta valiosa reliquia histórica sólo se había dado a conocer públicamente en 1923 y ahora al celebrarse un aniversario más de nuestra Independencia lo podemos reproducir gracias a que un servidor localizó en el Archivo Histórico de esta ciudad copias de estas muestras de admiración y patriotismo de estos tehuacaneros que no escatimaron esfuerzo alguno para darle esplendor a los festejos del Primer Centenario. Y ahora que celebramos el Bicentenario, este documento adquiere aún mayor relevancia.

                                           

 

* Inspirado por Dios, proclamaste la Independencia Nacional y temerosos de tu poder, los opresores, derramaste tu sangre preciosa que selló la libertad de la Patria, por eso existirá un altar en cada corazón mexicano, como testimonio de la gratitud del pueblo que te bendice.- JAVIER CORDOVA. Jefe Político del Distrito de Tehuacán.

 

* Tu gloria nunca tocará el ocaso, mientras en el seno de tu patria exista un mexicano.- MIGUEL AGUILAR CACHO. Presidente municipal de Tehuacán.

 

* Quiera Dios que el pueblo mexicano cumpla con el deber de conservar la Patria que le dejaste.- MANUEL J. GOMEZ. Regidor.

 

* Ya que mi voz no podrá dentro de poco hacerse oir, que el mármol perpetúe ese grito sincero de mi alma agradecida. ¡Loor a los héroes que libertaron a mi Patria del yugo de la esclavitud!. CARLOS CALDERON. Secretario del Ayuntamiento.

 

* Loor eterno al denodado y venerable anciano que inició la libertad del pueblo mexicano.- ALEJO A. ROMERO. Regidor.

 

* Astro Rey que fulguras el Olimpo, tu nos diste patria y libertad, y orgullosos celebramos el primer centenario de nuestra independencia. ¡Bendito seas! -ANTONIO MARIN PALACIOS. Regidor.



* En tu cerebro de luz nació la idea de libertad, tu sangre ¡Oh Hidalgo! fue el bautismo de nuestra Patria.- RAFAEL OROZCO. Regidor.



* El sacrificio de tu vida fue el rayo destructor de la tiranía de nuestra Patria.- GABRIEL MUÑOZ. Regidor.



* El pueblo mexicano te venera y respeta, por tu valor y abnegación.- LUIS DIAZ CEBALLOS. Regidor.



* El sacrificio sublime de tu vida fue el germen fecundador de todo un pueblo, le diste libertad y derechos humanitarios, vives con él y hace cien años que te admira.- MIGUEL SALAS JR. Regidor.



* Para ti todo el tributo a tu grandeza, santo afecto del alma que pongo ante tu altar.- MANUEL LEON. Regidor.



* A Dios debemos la vida, a ti debemos la Patria. Amar a Dios es conveniente, pero amarte a ti que nos legaste Patria y libertad, es necesario.- LAURO M. MONTIEL. Regidor.



* Grande fue tu obra al iniciar la Independencia, mayor debe ser la gratitud en el pecho mexicano para ti.- GABRIEL BETANZO. Regidor.

 

EMBOTELLADORA DE AGUAS MINERALES DE MIGUEL MANTILLA

Juan Manuel Gámez Andrade
Cronista de Tehuacán.

El primero de diciembre de 1906 se inauguró en esta ciudad una embotelladora de aguas minerales y refrescos, una fábrica de hielo y un molino de nixtamal, todos propiedad de don Miguel Mantilla Marín, próspero industrial de la ciudad de Puebla, quien vino a probar fortuna a Tehuacán. Esta importante empresa se estableció en la casa número 18 de la 1ª calle de los Patriotas, actual primera 1 Poniente, exactamente donde se encuentra el restaurante Casa Vieja.

      Esta historia dio inicio a mediados del año de 1905 cuando el señor Mantilla aceptó vender en su negocio ubicado en la calle de Micieses número 3 de la capital poblana, el agua mineral de Tehuacán marca Cruz Roja que embotellaban desde el principio de ese siglo los señores Anacarsis Peralta Requena y Joaquín Pita; observando que esta agua –que tenía propiedades curativas- era muy bien aceptada entre la gente, decidió incursionar en este ramo que no era desconocido para él, ya que la familia Mantilla desde el siglo XIX se había dedicado al embotellado de aguas y refrescos en la ciudad de Puebla.

      Motivado por esto y además por ser propietario de un manantial de agua en El Riego, don Miguel de inmediato empezó a realizar gestiones y trámites legales para establecer en Tehuacán una negociación de esta naturaleza. La inversión inicial fue de 25 mil pesos, que ocuparía para la adquisición de maquinaria y materia prima, por lo que el señor Mantilla recibió ayuda de sus hermanos, ya que el proyecto era muy ambicioso y se pretendía además de surtir al mercado nacional, traspasar las fronteras hacia otros países.

      El 29 de septiembre de 1906 el señor Mantilla escribió lo siguiente: “Para aprovechar el embotellado del agua de un manantial que poseo en El Riego, Tehuacán, pasé la fábrica a dicha población fabricando además de los refrescos que hacen mis antecesores, la saturación de las famosas aguas minerales”.

      En esa época existían dos embotelladoras importantes en Tehuacán; la de Leo Fleshman, llamada San Lorenzo Mineral Waters Company, y la de La Cruz Roja, que era propiedad de don Lucindo Carriles, pero la de don Miguel mantilla se ostentaba como la número uno, debido principalmente a que era la única fábrica en la República que era movida por fuerza de gas motriz.

      El capital económico que manejaba era de los más importantes de la ciudad y sería la primera en embotellar el agua quinada, además de contar con un edificio que era el único construido de dos pisos que existía en Tehuacán, a parte del palacio municipal y las iglesias locales. En los documentos que he consultado no se precisa si dicho inmueble fue construido ex profesamente para la embotelladora o ya existía antes de la instalación de la mencionada factoría.

      Como en un principio dijimos la inauguración de la fábrica se llevó a cabo el 1 de diciembre de 1906 llevando como razón social Empresa de Aguas Minerales Miguel Mantilla Marín. En el mismo edificio también operaban una fábrica de hielo y un molino de nixtamal. Las marcas que producía eran: agua mineral, Un Tehuacán, cuya propaganda aseguraba curar “infaliblemente las enfermedades del estómago, de la orina, de los riñones y del bazo”. Agua Quinada, que era “el único refresco reconstituyente”. También se elaboraban los refrescos Estrella Roja, Estrella Verde y Águila Roja.

Cuento Histórico: TITÍ

Juan Manuel Gámez Andrade
Cronista de Tehuacán

 
En la década de los años veinte vivió en Tehuacán una modesta familia constituida por el padre, la madre y un chiquitín de cerca de nueve años, a quien por cariño le llamaban Tití y una hermana, que ya entrada en años, residía en la ciudad de México a donde había ido a radicar con el fin de encontrar un campo más vasto para su aprendizaje de ciencias y artes modernas.

De cuando en cuando el padre salía con Tití a dar un paseo por el zócalo, porque al niño le gustaba mucho oír a las urracas, que a las cinco de la tarde iban a los copados árboles en busca de albergue. Se deleitaba viendo a los señores, que enojados, alzaban la vista, y luego, quitándose el sombrero, sacaban el pañuelo para limpiar la mota blanca que antes no tenían.

El padre, luego que comprendió que su hijo ya necesitaba de una instrucción más amplia, pues éste ya estaba en edad de ello, lo trasladó de la escuela de Chuchita, donde Tití había aprendido a leer, a la de don Manuel Valderrama, que por entonces estaba en la calle del Toro y gozaba de la mejor reputación en toda la ciudad.

Pronto demostró el niño lo que era: guerrista como todos, desatento en las clases y un poco flojo para aprender las lecciones. No tardó mucho tiempo sin que su buen maestro lo reprendiera duramente, le llegara a pegar sus reglazos en la mano, y a menudo, dejarlo castigado dos horas después de la salida, en las cuales era obligado a estudiar la doctrina.

Había por esos días en el mismo plantel educativo, una pléyade de jovencitos estudiosos, que un poco más grandes que Tití, daban renombre y gloria al ilustre colegio. Tales eran los Montaño, Orduña, Cortés, Manche y otros. Con estos condiscípulos el niño trató de hacer migas, pues como tomadores de clases y encargados del registro, había que tenerlos bien a costa de poco… regalándoles cositas.

Tití era astuto: cuando no estudiaba, ya sabía que no era acusado con don Manuel; que si no hacía su plana o dibujo, Pepe Ruiz trabajaba por él; que si daba guerra, Manuel Cabrera pagaba el pato.

Después de dos años, en los cuales Tití logró asimilar vastos conocimientos que don Manuel y Esthercita supieron profundamente inculcarle, nuestro personaje se despedía en una bella mañana de diciembre de sus compañeros, de esa larga sala con tres hileras de pupitres y bancas, desde los cuales muchas veces escuchó con profunda atención la voz del maestro, que sentado junto a su gran mesa, les hablaba de religión. Se figuró por un momento el cuadro que a fin de año le infundía mucho miedo; veía las respetables siluetas de los sinodales, que por dos veces lo examinaron y entre los cuales se encontraba su padre. Vio con tristeza la fábrica de hielo por donde ya no pasaría más. Volvió a ver por última vez el patio del colegio donde tanto había jugado con sus amigos… y partió cabizbajo, sin poder decir adiós a su querido maestro.

 

Su padre lo había inscrito en la escuela municipal de niños, porque pensaba mandarlo a México dentro de dos años y deseaba también que las señoritas Zárate, aumentaran el acervo de sus conocimientos con los cuales hasta entonces contaba su hijo.

Al pisar por primera vez el umbral de la nueva escuela, se detuvo para mirar la inscripción que estaba grabada en la puerta: La patria será lo que su escuela. No comprendió su significado. Se quedó atónito por un momento, y después de un rato de meditación, se quitó el sombrero. La campana anunciaba la hora de entrada. Subió rápidamente los escalones que conducían a las entresoladas clases y tomó asiento en un pupitre de la segunda del medio.

¡Cuántos nuevos amigos conoció Tití en la escuela! Los Alvarado, Orea, los Olmedo, Hugón, el Cotejo, Zárate, Ocampo… fueron sus íntimos compañeros en los partidos de beisbol, inseparables en las sabatinas excursiones al Ojo de San Pedro, al cerro Colorado…

Los destinos de su familia, de su tiempo a esta parte, fueron cambiando mucho.

Aquel tehuacanero, que hacía algunos años se le veía parado frente a la planta de luz o sentado en el zócalo esperando la salida de las muchachas de la escuela de niñas, está hoy muy lejos de nosotros: en París, Francia donde junto con su familia, se paseaba por los bulevares de la ciudad Luz.

Aquel Tití que partió de su tierra para aquel extranjero país, recuerda con cariño y gratitud los bellos paisajes de su Patria Chica.

Ve desde allá, como portentoso espejismo, el alegre pueblito de San Nicolás Tetitzintla con sus huehues, con sus rojas granadas. Admira en sueños la exuberante vegetación de El Riego, el fantástico camino que conducía al manantial, donde brotaban las aguas cuya fama era casi mundial.

Recuerda con alegría el chusco laberitno, la preciosa alberca de San Lorenzo, el imponente Cerro del Calvario, el barrio de Tula, donde muchas veces fue con su novia para platicar de amor; y no olvida tampoco algo raro: el león de madera que estaba en la calle de Los Patriotas y que siempre le gustó mucho, pues como era chico, decía a su papá que así debía ser México: amarillo y muy grandote.

Calma la sed de sus nostalgias haciendo paralelos entre esa gran ciudad que era París y su lejana ciudad de Tehuacán. Cuando escribía a algún amigo les decía en sus cartas muy a menudo, que por sus nuevos rumbos no ha encontrado aún al amigo que se pareciera a Fidel Romero, cuando éste lo dejaba entrar gratis al cine Olimpia, o a Linares que le abría la puerta del Morelos.

Lo que veía a cada paso por todas partes, eran a los compañeros de los Farfán y Pepe Díaz, que de guantes y bastón, pasan las tardes en las quintas que algo se asemejan a las que hay en las colonia Hidalgo y San Vicente.

Pero llegó el fatal día 23 de diciembre de 1922, cuando Tití cerró por última vez sus ojos entregando su alma al Creador en la parisina Ciudad Luz. Ahora nuestro admirado Tití

ya no volverá más a entrar a El Comercio para saludar a don Alberto, o salir de la Tehuacanera con su paquete de galletas, que le obsequiaba casi todos los días don Nacho Orozco.

He aquí amable lector la historia, que fue casi es cuento, de aquel tehuacanero, de aquel Tití que pensaba en dar gloria y renombre a su tierra, pero que la suerte quiso que no viera logrado sus anhelos.

EL TEHUACÁN INEXISTENTE


Juan Manuel Gámez Andrade

Cronista de la Ciudad

 

El pasado 25 de noviembre se cumplieron 106 años de que este bello edificio fue inaugurado en la esquina que formaban las calles 2ª Nacional y del Mesón de San Francisco (Avenidas Reforma Sur e Independencia Poniente). Sus primeros dueños fueron Eleuterio Benito y Jacinto Coronas. Desde entonces engalanó esta céntrica esquina hasta que en los años setenta la picota se encargó de destruirlo para acabar con los pocos edificios verdaderamente valiosos con que con que contaba aquel Tehuacán hoy inexistente.
 
            La fisonomía nuestra ciudad ha cambiado notablemente en las últimas décadas. Su transformación para unos ha sido positiva, aunque para otros el crecimiento urbano ha sido tan desordenado que no hay uniformidad en las edificaciones que hoy se construyen cuando menos en el perímetro que ocupa el primer cuadro.

            En el último tercio del siglo XIX se levantaron inmuebles que al paso de los años dejaron testimonio de su señorío y le dieron homogeneidad y belleza a la imagen urbana, logrando armonizar los espacios públicos que, sobre todo, reflejaban nuestra identidad cultural.

            Casi al final de la cuarta década del siglo XX se inició la introducción de nuevas corrientes arquitectónicas con la presencia del arquitecto Alfredo Olagaray, quien se encargó de cambiarle el rostro urbano a Tehuacán. La picota dio cuenta de viejas casonas del centro citadino para dar paso a grandes y modernos edificios como el cine Reforma, el hotel México,  el edificio Covadonga, Aguas de Tehuacán y varias residencias particulares que aún se encuentran en pie.

Otro edificio admirado por propios y extraños fue sin duda el del teatro Maza, inaugurado el domingo primero de abril de 1899 en la entonces calle de las Damas, actual 3 Norte. Muchos nos seguimos preguntando cómo es posible que los tehuacaneros del siglo antepasado tuvieran un teatro así y hoy no podemos contar con un auditorio de medio pelo. El Maza forma parte de ese Tehuacán inexistente.
 
            En la década siguiente Tehuacán cambió sustancialmente su fisonomía urbana. En el primer cuadro las casas de un piso y con sus fachas encaladas de blanco empezaron a desaparecer. Estos cambios ocurrieron de manera tan abrupta que su momento se mencionó que se había sacrificado la imagen urbana por criterios simplemente funcionales y muchas veces heterodoxos, atentando contra la estética del paisaje citadino.

            Por ello consideramos que en nuestros días se debe regular la construcción de inmuebles y aplicar llanamente el plan de desarrollo urbano municipal a fin de evitar que nuestra ciudad siga convirtiéndose en un incomprensible muestrario de diversos estilos arquitectónicos. 

Sin duda la solución es responsabilidad de todos, y particularmente de autoridades, propietarios de inmuebles, arquitectos y constructores, quienes deberán conjugar esfuerzos para evitar se continue con el deterioro de la imagen urbana de Tehuacán.

            Y como reza el dicho: “una imagen dice más que mil palabras”, presentamos algunas fotografías de edificios que formaron parte de aquel Tehuacán nostálgico, romántico quizás, pero que definitivamente se nos escapó como agua corriente de nuestras manos. 

El Casino fue inaugurado en 1893. La fotografía fue impresa más o menos en el año de 1906, por lo que seguramente así era su apariencia original. Su construcción era algo austera, acorde a la época, pero sin duda le daba vista y vida al centro de la ciudad, sobre todo porque se encontraba frente a la Plaza de la Constitución, después nombrada Parque Juárez. Al paso de los años al edificio se le fueron haciendo cambios, como quitarles los balcones para construir locales comerciales y al interior se hizo una pista de baile, una mesa de boliche, billares y al fondo una cancha para practicar frontenis. Es sin duda otro edificio emblemático del Tehuacán inexistente.